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Pasados los carnavales…

Es de noche. Se platica

al fondo de una botica.

—Yo no sé,

Don José,

cómo son los liberales

tan perros, tan inmorales.

—¡Oh, tranquilícese usté!

Pasados los carnavales,

vendrán los conservadores,

buenos administradores

de su casa.

Todo llega y todo pasa.

Nada eterno:

ni gobierno

que perdure,

ni mal que cien años dure.

—Tras estos tiempos, vendrán

otros tiempos y otros y otros,

y lo mismo que nosotros

otros se jorobarán.

Así es la vida, Don Juan.

—Es verdad, así es la vida.

(POEMA DE UN DÍA) MEDITACIONES RURALES (fragmento) Antonio Machado


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Del carácter culinario y gastronómico que los pueblos han ido creando en torno a las fiestas nos encontramos con una variedad de dulces que marcaban el tipismo carnavalesco en Quintana.

Quizá sea la cagadilla (en otros sitios, guirlache) el producto más recordado durante estas fechas. Unos sencillos productos -azúcar tostada y almendros, o cacahuetes, con unas gotas de aceite- hacen un delicioso producto. En las meriendas de los niños, una vez dividido en tantos trozos como comensales, procurando la justicia, se escondía uno de los susodichos en un cuarto cercano y se le iba preguntando: «¿para quién es esto?» hasta distribuirlo entre todos.

Las orejuelas (u hojuelas) son de paladar más exquisito. Se bate muy bien el huevo con una cucharada de aceite, se va añadiendo poco a poco la harina, pero no toda, reservando como la cuarta parte para trabajar después la masa. Se pasa al mármol u otra superficie lisa, bien enharinada, se amasa procurando dejar la masa muy fina. Se corta en tiras, que se fríen en aceite abundante y bien caliente. Una vez escurridas y frías, se pueden rociar con miel o no, según las preferencias particulares.

Los muñuelos o buñuelos igualmente se convierten en Carnaval en un postre obligado. Receta sencilla recurrente a elementos diarios: huevos, pan y azúcar.

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Continuamos con las tradiciones sobre el carnaval. Otra práctica muy corriente y llamativa era la de que en las casas se colocara un muñeco que recibía el nombre de «Pelele», y que la Academia ha descrito como «figura humana de paja o trapos que se suele poner en los balcones o que mantea el pueblo bajo en las Carnestolendas». Se solía pasear por las calles, bailar con él, mantearle…

Un texto del pintor y escritor Gutiérrez-Solana al hablar del final de Carnaval en una barriada madrileña nos puede ayudar a imaginárnosle: «¡Ahí te quedas sobre tu tumba! Los canallas bailan, beben y se emborrachan, mantean a un pelele tan infeliz como tú, que han tenido la víspera toda la noche colgado y balanceándose en medio de la calle y riéndose toda la gente de él, vestido con un largo levitón y sombrero de copa encontrado en la calle. En la cabeza, de trapo blanco, tiene pintarrajeada la cara, la cabeza cubierta por un pañuelo negro atado. Monigote que te ponen elevado con los brazos en cruz y con una escoba al hombro encima de un montón de heno entre los sembrados para asustar a los pájaros».

En nuestro pueblo, la tradición del Pelele estaba muy arraigada. Expresión de ello es la canción que aún se recuerda:

Como es Carnaval,

como es carnaval,

coge niño al Pelele,

cógele que se va.

No se va, no

que en la manta está;

amante marinero

vendrá y lo cogerá.

El pobre Pelele

no come a la mesa

porque se le pone

la barriga tiesa

(otros: pilila).

Su madre le quiere,

su padre también.

Todos le queremos

y arriba con él.

El pobre Pelele

ya está empelelado,

porque lo que tiene,

lo tiene arrugado.

Su madre le quiere,

su padre también.

Todos le queremos

y arriba con él.

Otro aspecto igualmente destacable es la existencia en la fiesta carnavalesca de Quintana del Pidio de los Zarramocos. Con este nombre se designaba a todos aquellos que se disfrazaban para no ser conocidos e iban por las calles asustando a los niños y pidiendo por las casas.

Cuadernos del Salegar

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Carnaval/1

Llegan los carnavales, por ello recupero algunos fragmentos de Cuadernos del Salegar (1996) en los que recogíamos la tradición carnavalesca en Quintana del Pidio. Cito textualmente:

Según nos han narrado, en Quintana estaba la Semana de todos (para preparar los disfraces), el Domingo Gordo o de Carnaval (los mozos mataban el lechazo por la mañana), Lunes (para ir pidiendo por las casas) Martes de Carnaval (celebrar las meriendas) y Miércoles de Ceniza (entierro de la sardina).

Desde un punto de vista social lo que imperaba en estos días era un desenfreno de hechos y palabras; así, la inversión del orden normal de las cosas tenía un papel primordial en la fiesta. Quedaba claramente expresada la alegría oficiosa frente a la tristeza obligada del Miércoles de Ceniza.

Con esmero y antelación se preparaban los disfraces, que servirían para dar colorido al ambiente. Las mozas procurarían ir de Serranas o con vistosos mantones de manila; todos, en fin, sin saberlo o conociéndolo, querían aflorar esos deseos e ilusiones confesadas o inconfesables que latían en lo más íntimo.

Otro aspecto típico de nuestro pueblo era «echar pegas». En el fondo, responde a esas licencias lúdicas que permitían estas fechas y que en otra ocasión podrían ocasionar conflictos de convivencia. Consistían sencillamente en llamar a alguien y según fuera su respuesta, si ésta era afirmativa se le exclamaba:

«Si no hubieras hablao

no te la hubiera pegao;

¡eh, eh, que te la pegué!»

Si no contestaba:

«A los sordos, cagajones gordos;

cuanto más sordos, más gordos;

!eh, eh, que te la pegué!»

Y en ambos casos, a coro y al final, se cantaba:

«ésta no es pega, ni peguete,

es un cuerno que se mete por el ojete».

Junto a ello, eran típicas las meriendas. Los mozos, en la bodega (incluídos almuerzo y comida), las mozas en alguna casa vieja; y los niños en el hogar de quien correspondiese por azar (se echaban las cartas y a quien le llegara la Güeva -as de oros de la baraja-). Especialmente entre los jóvenes iba unido al pillaje: robar gallinas, pollos o conejos, quitar la merienda a las jóvenes… junto con los corderos que se mataban para tal ocasión. Todo estaba permitido, aunque desagradase. Los chicos iban pidiendo por las casas; se admitía cualquier donativo, pero se solía corresponder con patatas, huevos y chorizos; cuando no llegaba, se ponía a escote en especie.

Era todo el pueblo solidario en la fiesta. Y por ello, se contrataba música para el baile. Solían ser tres días (domingo, lunes y martes de Carnaval). «Es que antes había mucha más diversión sana y fiestas que ahora», se nos ha dicho. Algún año se contrató a los Anises de Mecerreyes, y si no, a los del pueblo: los Cacivas o Quiacivas, esto es: los difuntos Eloy, Esteban y Diego. En sesiones de mediodía y noche

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