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Posts Tagged ‘Alberti’

Quiero iniciar este blog sobre los ¿susurros?, ¿sonidos?, ¿reflexiones?, ¿recuerdos?, ¿nostalgias?… del Gromejón y sus riberas con el título tan lírico y sugestivo que debo a mi gran amigo Jacobo: Rafael Alberti: de mar a mar entre vino y poesía. Con esta primera entrada del blog y con el párrafo que inserto más abajo iniciaba Jacobo un trabajo sobre el paso de Rafael Alberti por las riberas del Duero, del Gromejón y tierras de Castilla camino y viaje hacia el mar del norte. Trabajo que no llegamos a finalizar, pero que mantenemos pendiente.

En efecto, como escribía Jacobo:

“Rafael Alberti, en el verano de 1925 acompaña a su hermano Agustín, corredor de vinos, en un viaje que le va a llevar por tierras de Castilla hasta el otro Mar, el Cantábrico. En su corazón lleva otro mar, otra luz, otros sonidos, otros aromas. De su viaje surgen poemas como pequeños tesoros que se encuentra a su paso, porque ahí están para quien sepa descubrirlos, pero ya se sabe, muchos son los llamados y pocos los elegidos ¿Qué pasa en la cabeza de un poeta? Cuantas veces habré hecho el mismo trayecto desde Aranda hasta mi tierra, a orillas del Mar Cantábrico y siempre me parece fascinante”.

A su paso por el páramo, con la retina clavada en la vega del Gromejón, de camino de Gumiel de Izán a Gumiel del Mercado, arriba, en Las Cuatro Carreteras como lo denominamos en Quintana del Pidio, arropado por encinas y robles, Alberti, se fijó en un árbol más sencillo, en el chopo, en el álamo. Chopos de la orilla de la carretera que la han bordeado hasta no hace muchos años. Su paso por estos parajes de Quintana le sugirió a Rafael Alberti el siguiente poema:

De Gumiel de Izán

a Gumiel de Mercado

Debajo del chopo, amante,

debajo del chopo, no.

Al pie del álamo, sí,

del álamo blanco y verde.

Hoja blanca tú,

esmeralda yo.

Treinta y cinco años después, con la publicación de sus memorias, La arboleda perdida, Alberti volvería a recordar este viaje de juventud con estas palabras:

“Andaba yo en vísperas de viaje. En el automovilillo de mi hermano recorrería Castilla la Vieja. Agustín, buen chófer, y yo seríamos sus únicos ocupantes (…). Un amanecer, por fin, salí del corazón de la meseta castellana con mi hermano. Iba a empezar mi segundo libro. De canciones también. En mi cuadernillo de viaje ya estaba escrito el título. La amante. ¿Quién era la que con ese nombre iba yo a pasear por tierras de Castilla hasta el Cantábrico, el otro mar, el del norte, que aún no conocía? Alguien -bella amiga lejana- de reposo guadarrameño. Todavía el marinero en tierra era quien se lanzaba a recorrer llanos, montes, ríos y pueblos desconocidos…) (Rafael Alberti, La arboleda perdida).

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