En un viejo país ineficiente,
(…) en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.
(Jaime Gil de Biedma)
La última entrada que publiqué en este blog fue hace cuatro años y medio. Fue también una despedida, la de mi padre. Hoy vuelvo a publicar un nuevo post con motivo de otra despedida.
Recuerdo que cuando cumplí los cuatro años acompañé a mi abuelo Constancio para hablar con el maestro del pueblo. Finalizaba junio. Mi abuelo quería que cuando comenzará el próximo curso asistiera a la escuela. Don Cervantes, así se llamaba el maestro, puso reparos para que me incorporara en septiembre porque no había suficientes pupitres en la escuela de niños. Al final, como don Cervantes subía frecuentemente a probar las cubas de la bodega de mi abuelo, accedió a que asistiera a la escuela con la condición de que llevara mi propia silla.
En una escuela desvencijada, con estufa de serrín, cristales rotos y leche en polvo de la ayuda americana para los recreos, aprendí a leer.
Con nueve años mis abuelos paternos y un tío cura me llevaron a Ibrillos, pueblo limítrofe con La Rioja y cercano a Santo Domingo de la Calzada. Recuerdo que aunque era “de pueblo” me sorprendió este pueblo. Las calles llenas de barro, sin agua corriente en las casas, colas en la fuente de la plaza para llenar cántaros, calderos y botijos. A los pocos meses nos abandonó la maestra. Fue un día frío de febrero y sin saber el motivo llegamos hasta el verano sin tener escuela. Sin duda eran otros tiempos, no había lista de interinos.
Aún así, durante aquellos meses, recibí una educación muy provechosa. Con Araceli, Gonzalo y Carlos recorríamos el curso del río, saltábamos las tapias de las huertas, conocíamos donde tenía su nidal cada gallina que andaba suelta por el pueblo y éramos los que más nidos nos aprendíamos.
Aquella etapa educativa nos marcó. Fue nuestra etapa “rusoniana”. Fueron unos meses en los que como el Emilio de Rousseau nos educamos en la escuela pedagógica de la evolución natural. Quizás sin saberlo aquí comenzó mi educación y admiración por la pedagogía de la Escuela de Summerhill. Gonzalo es Inspector de Hacienda, Araceli dermatóloga y Carlos oncólogo.
Mi tío, el cura, quizás pensó que dada la experiencia y calidad educativa de mi etapa riojana, Ibrillos era un pueblo abierto hacia La Rioja, tenía que ingresar en el seminario de Burgos. Allí cursé el bachillerato y dos años de filosofía. En el seminario jugábamos mucho al fútbol, comíamos muchos garbanzos y teníamos muchas horas de clase y estudio. En esos años, jugué como titular de las distintas categorías (alevines, infantiles y juveniles). En infantiles quedamos campeones provinciales y deberíamos haber asistido a la fase nacional que se celebraba en San Sebastián, pero éramos adolescentes y nuestros “educadores” decidieron que no asistiéramos a San Sebastián no fuera que “perdiéramos la vocación”.
Otro deporte que me gustaba era el atletismo aunque era un deporte menospreciado en aquellos años, ¡donde estuviera el fútbol! En cierta ocasión fui a correr la prueba clasificatoria de los 1500 metros. Nuestro profesor de gimnasia, así se llamaba entonces, era de la Falange Española de las Jons e impartía clases en un instituto de la ciudad. Un día antes preparamos “la estrategia” de la prueba de cara a la final. Me aclaró que un alumno de su instituto estaba mejor preparado para la prueba, por lo que debería ayudarle en la carrera. En la primera vuelta íbamos a la par y en el grupo de cabeza. A medida que avanzaba la carrera nos íbamos descolgando del grupo de cabeza, así que tomé la decisión de tirar, pero mi compañero se iba quedando atrás. Alcancé al grupo de cabeza, lo rebasé y llegué con ventaja a la meta. Cuando me acerqué a mi profesor recibí una espléndida bofetada. Mi “soberbia” fue castigada, no pude asistir a la concentración nacional de atletismo. Quizás porque corriera peligro, una vez más, mi vocación.
De mi etapa en el seminario tengo muy buenos y felices recuerdos, amigos, profesores… Por cierto, este mes de septiembre, cuando ya esté oficialmente jubilado, celebraré con mis compañeros seminaristas las bodas de oro, cincuenta años desde que comencé primero de bachillerato con diez años. Por esos años se celebró el Proceso de Burgos contra dieciséis miembros de ETA. Don Marce, el profesor de Formación del Espíritu Nacional nos educaba sobre esta organización. Nos dijo que querían envenenar el agua del depósito de suministro de la ciudad y volar la catedral. Nosotros nos lo creíamos y rezábamos. Tres años después, cuando ya estábamos soñando con la Navidad nos enteramos de lo de Carrero Blanco.
La vocación creo que la perdí o ella me dejó a mí cuando tenía diecisiete años. Sin saber qué hacer ni que rumbo tomar, quizás no fui convenientemente informado por el Equipo de Orientación de mi colegio, decidí trasladarme a Madrid porque allí estudiaba periodismo Arsenio, mi mejor amigo en la etapa seminarística. Llegaba a Madrid con todo el bagaje formativo y educativo del Seminario. Era septiembre del año 1975. Tenía que comenzar COU, aunque ya había realizado dos años universitarios de Filosofía. Vivía con mi abuela materna en un piso de la calle Cristóbal Bordiú, entre Nuevos Ministerios y Cuatro Caminos. Recorrí los institutos céntricos pero ya no había plaza en ninguno de ellos. Así que tomé la línea uno del metro (Plaza de Castilla-Puente de Vallecas, por entonces) en Ríos Rosas y me presenté en el instituto Tirso de Molina, junto al estadio del Rayo Vallecano. Aquí pude matricularme en COU, aunque en horario nocturno.
Recuerdo que era en uno de octubre, por la mañana. Caminando hacia Cuatro Caminos oí unos sonidos secos y vi a un joven que salía corriendo, cuando doblé una esquina me encontré con un “gris” (policía) tirado en el suelo. Esta fecha es la que dio nombre a los Grapos (Grupos Antifascistas Primero de Octubre).
Terminado COU, con palabras de Gabriel García Márquez, finalizó esa etapa en la que «fui feliz e indocumentado», inicié los estudios de Filología Hispánica en la Complutense…………………………………………. Pero estos ya fueron otros años.
Bienvenido a esa etapa en la que pronto no vas a saber cómo te daba tiempo antes para ir al instituto y dar las clases.