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Archive for febrero 2010

Los temas carnavalescos me impidieron que esta entrada del blog se publicara en la fecha adecuada. El viernes 12 y el sábado 13 de febrero, al atardecer, subí a caminar por El Llano o páramo de Cuesta Blanca, arreciaba un viento gélido, las temperaturas en estos dos días no han conseguido sobreponerse por encima de cero grados. Aún así, ambos días han sido soleados, pero era un sol engañoso. A pesar del sol brillante y de la tarde azul y clara, la helada se sentía a cada paso. Desde El Llano se contempla, abajo, en una pequeña vega, la ermita de San Juan (Gumiel de Mercado). Pocas veces se tiene la ocasión de contemplar este páramo en su letargo invernal. El paseo me ha llevado a escribir estas “reflexiones”.

Son las seis de la tarde, un sol brillante hiere mis pupilas e inunda de luces y de sombras las piedras de la ermita de San Juan. Pronto comenzarán a abrirse las cancelas de la noche, pero antes de que lleguen las sombras de la noche y se cubra de estrellas tu tejado con los hielos de la próxima madrugada te contemplo desde el frío y la luz del páramo esta tarde, rodeado de laderas pobladas por robles ateridos, sabinas y encinas. Por la llanura del páramo camino entre piedras y hierbas aromáticas: salvia, tomillo, lavanda. Al caminar, piso sobre ellas pero me niegan sus perfumes y esencias del verano. San Juan, abajo, en la vega de un diminuto arroyo, se rodea de nogales y chopos ateridos. Me inundan tus recuerdos del medievo, ¡debieron ser tan dulces aquellas tardes de los pobladores de este valle en los albores del eremitorio cercano!


Hace frío en esta tarde y con sus últimas luces retomo el camino de regreso. La tarde es gélida y el aire despiadado. A mis pies se levanta una perdiz solitaria. Desafiando al cierzo franquea las laderas de Carramonzón y se diluye entres unos matorros de carrasca.

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Pasados los carnavales…

Es de noche. Se platica

al fondo de una botica.

—Yo no sé,

Don José,

cómo son los liberales

tan perros, tan inmorales.

—¡Oh, tranquilícese usté!

Pasados los carnavales,

vendrán los conservadores,

buenos administradores

de su casa.

Todo llega y todo pasa.

Nada eterno:

ni gobierno

que perdure,

ni mal que cien años dure.

—Tras estos tiempos, vendrán

otros tiempos y otros y otros,

y lo mismo que nosotros

otros se jorobarán.

Así es la vida, Don Juan.

—Es verdad, así es la vida.

(POEMA DE UN DÍA) MEDITACIONES RURALES (fragmento) Antonio Machado


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Del carácter culinario y gastronómico que los pueblos han ido creando en torno a las fiestas nos encontramos con una variedad de dulces que marcaban el tipismo carnavalesco en Quintana.

Quizá sea la cagadilla (en otros sitios, guirlache) el producto más recordado durante estas fechas. Unos sencillos productos -azúcar tostada y almendros, o cacahuetes, con unas gotas de aceite- hacen un delicioso producto. En las meriendas de los niños, una vez dividido en tantos trozos como comensales, procurando la justicia, se escondía uno de los susodichos en un cuarto cercano y se le iba preguntando: «¿para quién es esto?» hasta distribuirlo entre todos.

Las orejuelas (u hojuelas) son de paladar más exquisito. Se bate muy bien el huevo con una cucharada de aceite, se va añadiendo poco a poco la harina, pero no toda, reservando como la cuarta parte para trabajar después la masa. Se pasa al mármol u otra superficie lisa, bien enharinada, se amasa procurando dejar la masa muy fina. Se corta en tiras, que se fríen en aceite abundante y bien caliente. Una vez escurridas y frías, se pueden rociar con miel o no, según las preferencias particulares.

Los muñuelos o buñuelos igualmente se convierten en Carnaval en un postre obligado. Receta sencilla recurrente a elementos diarios: huevos, pan y azúcar.

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En agradecimiento a Carmen y a su aportación al tema carnavalesco en las riberas del Gromejón, a su paso por Gumiel de Izán (ver el comentario que hace en la entrada anterior sobre el carnaval),  publico unas fotografías que me envía sobre los “peleles”. Fueron tomadas durante el carnaval del año pasado en Gumiel de Izán.

Sobre los peleles, Carmen, me aporta los siguientes datos:

“… al principio se canta en Gumiel una estrofita que tiene su doble sentido:

El pelele está malo,
¿qué le daremos?
agua de caracoles,
que crían cuernos.

Tengo recogido este otro refrán/copla: Caracoles y cuernos son mi comida, una caracolada me dio la vida, que no es muy conocido pero ahí está”.


Gracias, Carmen.

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Continuamos con las tradiciones sobre el carnaval. Otra práctica muy corriente y llamativa era la de que en las casas se colocara un muñeco que recibía el nombre de «Pelele», y que la Academia ha descrito como «figura humana de paja o trapos que se suele poner en los balcones o que mantea el pueblo bajo en las Carnestolendas». Se solía pasear por las calles, bailar con él, mantearle…

Un texto del pintor y escritor Gutiérrez-Solana al hablar del final de Carnaval en una barriada madrileña nos puede ayudar a imaginárnosle: «¡Ahí te quedas sobre tu tumba! Los canallas bailan, beben y se emborrachan, mantean a un pelele tan infeliz como tú, que han tenido la víspera toda la noche colgado y balanceándose en medio de la calle y riéndose toda la gente de él, vestido con un largo levitón y sombrero de copa encontrado en la calle. En la cabeza, de trapo blanco, tiene pintarrajeada la cara, la cabeza cubierta por un pañuelo negro atado. Monigote que te ponen elevado con los brazos en cruz y con una escoba al hombro encima de un montón de heno entre los sembrados para asustar a los pájaros».

En nuestro pueblo, la tradición del Pelele estaba muy arraigada. Expresión de ello es la canción que aún se recuerda:

Como es Carnaval,

como es carnaval,

coge niño al Pelele,

cógele que se va.

No se va, no

que en la manta está;

amante marinero

vendrá y lo cogerá.

El pobre Pelele

no come a la mesa

porque se le pone

la barriga tiesa

(otros: pilila).

Su madre le quiere,

su padre también.

Todos le queremos

y arriba con él.

El pobre Pelele

ya está empelelado,

porque lo que tiene,

lo tiene arrugado.

Su madre le quiere,

su padre también.

Todos le queremos

y arriba con él.

Otro aspecto igualmente destacable es la existencia en la fiesta carnavalesca de Quintana del Pidio de los Zarramocos. Con este nombre se designaba a todos aquellos que se disfrazaban para no ser conocidos e iban por las calles asustando a los niños y pidiendo por las casas.

Cuadernos del Salegar

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